La sociedad israelí vuelve a evidenciar las grietas que acompañaron desde un inicio a la polémica gestión de Benjamin Netanyahu al frente de un gobierno de derecha radical y religiosa. Distintos sectores saben que el enemigo a derrotar es Hamas (no al pueblo palestino) y desconfían de la capacidad y de la voluntad del primer ministro por lograrlo.

No es fácil evitar el conflicto que hoy atraviesa al país: a los casi 180 mil integrantes del ejército se le podrían unir no menos de 350 mil reservistas si es que la guerra en Gaza se prolonga y, todavía más, si se producen nuevos estallidos en la frontera norte, donde se encuentran El Líbano y la organización pro iraní Hezbollah.

La confianza de los israelíes en el gobierno está en el 18%, su nivel más bajo en 20 años. Según el Instituto de Democracia de Israel, después del ataque terrorista de Hamas. sólo el 20,5% de los israelíes judíos y el 7,5% de los israelíes árabes encuestados dijeron que tenían confianza en el gabinete del primer ministro Netanyahu.

La caída en estos números puede apreciarse mejor si se toma en cuenta que en junio, estas poblaciones obtuvieron un 28% y un 18%, respectivamente.

Las críticas contra Netanyahu también terminaron golpeando la figura del político, en contraste con la ponderación, especialmente, hacia las Fuerzas de Defensa de Israel, cuyo nivel de aprobación aumentó hasta un 87% entre los israelíes de origen judío, y un 23% entre los de ascendencia árabe.

Se trata de una crítica demoledora contra el poder político tradicional y un nuevo aumento en la consideración pública de los militares, más aún, en una sociedad que todavía preserva en su imaginario el recuerdo de figuras providenciales como Moshé Dayan y Ariel Sharon.

A Netanyahu se lo responsabiliza además por mal desempeño en sus funciones. Como si fuera parte de un ritual político, al menos siete altos funcionarios israelíes asumieron públicamente su responsabilidad por el fracaso del Estado a la hora de proteger a sus ciudadanos, entre ellos, el jefe del Estado Mayor de las FDI, el ministro de Defensa, el jefe del Servicio de Seguridad (Shin Bet) y el jefe del Consejo de Seguridad Nacional.

Varios de ellos fueron criticados por el primer ministro por no haber cumplido con sus obligaciones, como una forma de eludir las recriminaciones sobre su propio accionar. Las recriminaciones en redes sociales fueron tantas, que Netanyahu debió retractarse, consciente de que había cruzado una línea roja, y que con su actitud había contribuido a debilitar todavía más a su propio gobierno.

La frialdad y el alejamiento de Netanyahu se agravan por la falta de contacto con las familias de las víctimas del atentado de Hamas o con el entorno íntimo de las más de doscientas personas que fueron secuestradas por dicha organización. De hecho, tardó una semana en visitar por primera vez las comunidades atacadas y ocho días en reunirse con las familias de los rehenes de Hamas.

Por el contrario, el primer ministro trató de fortalecer su imagen a través de videos propagandísticos, apariciones públicas con líderes mundiales cuidadosamente editados y fotografías de relaciones públicas con las tropas.

Las críticas también se están formulando desde la base partidaria de Netanyahu, el partido de derecha Likud. Trascendieron especialmente las palabras de Yehiel Zohar, alcalde de Netivot, cerca de la Franja de Gaza, quien hizo pública su reprobación al gobierno en una misiva a las principales autoridades partidarias por haber abandonado la ciudad a su suerte en medio del ataque de cohetes.

Por otra parte, desde distintos lugares se señaló que la falta de una estrategia global para la liberación de las personas secuestradas. Las liberaciones efectuadas fueron sobre todo responsabilidad de Hamas, en las que la participación israelí en ese proceso habría sido mínimo.

Las críticas también se dirigen a la escasez de equipo adecuado por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel, principalmente, para proteger a sus reservistas. Frente a la lenta reacción por parte de las autoridades militares, los israelíes y los judíos de la diáspora trabajan para proveer recursos, chalecos antibalas y otros suministros necesarios en las distintas unidades del ejército.

De igual modo, son mayormente voluntarios quienes han conseguido suministros, alimentos y artículos de primera necesidad para los más de 200 mil israelíes desplazados internamente, provenientes de pueblos y ciudades cercanas a Gaza.

En gran medida, esta labor se lleva adelante gracias a redes y vínculos establecidos por activistas y participantes durante las movilizaciones en contra de la reforma judicial promovida por Netanyahu.

Por otra parte, y según una encuesta del periódico Maariv publicada el 26 de octubre, tampoco la ofensiva en Gaza cuenta actualmente con un mayor apoyo dentro de la sociedad israelí.

Cuando se les preguntó si los militares deberían pasar inmediatamente a una ofensiva terrestre a gran escala, el 29% de los israelíes estuvo de acuerdo, mientras que el 49% dijo que “sería mejor esperar” y el 22% se mostró indeciso. Los resultados contrastaban con su encuesta del 19 de octubre, que encontró un 65% de apoyo a una importante ofensiva terrestre.

La salida militar de Netanyahu, considerada por el primer ministro como una “segunda guerra de independencia” no contaría por ende con un sustento social y político que le permita afianzarse en su cargo en un momento extremadamente difícil como éste.

La declinación de Netanyahu resulta cada vez más evidente. Quien desde su círculo íntimo fuera caracterizado como el artífice de políticas audaces y el máximo administrador israelí en tiempos de crisis se encuentra cada vez más aislado, incluso, con un apoyo internacional con límites marcados por parte del gobierno de Joe Biden quien, aunque tramita mayores recursos para la nación en guerra, teme que la escalada incluya a Irán y convierta en un compromiso ineludible la participación estadounidense.

En estas horas aciagas, la aparentemente irrefrenable pérdida de legitimidad política del gobierno, sumada a la iniciativa bélica como única estrategia ante Hamas, y al empoderamiento de la derecha religiosa y cada vez más fanatizada, fungen como caldo de cultivo en la reciente utilización por parte de Netanyahu de expresiones bíblicas para referirse al enemigo y a las acciones futuras.

En este sentido, la designación de Hamas como heredero de los antiguos amalecitas, aquella tribu guerrera del Antiguo Testamento eliminada por los israelitas por una orden divina y en medio de una constante guerra de supervivencia, sólo puede anunciar un creciente oscurantismo y tiempos todavía más sombríos.  



Fuente-Página/12