Un montón de cuerpos de todas las formas y colores bailan al ras del suelo, quebrando las caderas, dejando ir un alarido de liberación al compás de la cumbia. Más de 200 personas celebran la 5ª Marcha del Orgullo LGBTIQ+ Trans Villera Plurinacional en los pasillos del barrio Mugica. Los abanicos de lentejuelas y encaje les dan aire –y estilo– en una tarde que anuncia la inminente llegada del verano. Los rostros y los escotes se cubren de un manto de brillos que reluce al sol, así como las pestañas, las uñas, la piel y los cueros. Está todo listo para que el barrio entero se asome por la ventana y quede obnubilado por la magia de quienes están dispuestos a ser.

“Alzamos la voz en este año electoral porque del gobierno que asuma dependen nuestros derechos –señala a Página 12 Martina Pelinco, referente del espacio Diversidad Transvillera e impulsora de la primera marcha–. En 2011, con el gobierno de Cristina, pudimos obtener la ley de Identidad de Género, el matrimonio igualitario, un montón de derechos por los que hoy volvemos a luchar. Alegremente, pacíficamente y bailando reclamamos el cupo laboral travesti-trans en el Gobierno de la Ciudad. Queremos oportunidades dentro de todos los problemas que atravesamos por ser pobres, travestis, negras, migrantes”.

Están presentes en la marcha las residentes del histórico Hotel Gondolín, un espacio autogestionado que da alojamiento a casi 50 personas de la comunidad travesti. Allí viven juntas, como una familia que sigue recibiendo parientes, hace ya 28 años. “Nosotras queremos mejorar nuestra calidad de vida y que se respeten nuestros derechos. Más allá de que seamos putos, maricas, travestis, villeras, somos personas”, expresa a este medio Diana Zoe López García, más conocida como la madre Zoe, conductora del espacio.

Con 67 pirulos, viste sus anteojos de sol, una pupera fucsia a juego con sus uñas esculpidas, una gorra con brillos y las joyas que le cuelgan de su cuello. La abuelita Marisa ha venido marchando desde la primera convocatoria. Tiene el espíritu de una piba de 20, aunque a esa edad no podía marchar. La abuela del Gondolín prefiere no remover sus vivencias como travesti en la dictadura, en un día tan festivo como este.

Karen, una de las veinteañeras que marchan, acaba de alunizar hace solo tres días en la ciudad de la furia. Viene de una localidad de Salta en la que no es tan fácil ser lo que una es, ni siquiera aunque se sepa desde los 12 años, como ella. Esta es su primera marcha y tiene una emoción que la desborda, contenida desde el momento en que empezó a vivir como lo sentía, hace ya una década. La madre Zoe y la abuela Marisa le dieron la bienvenida al Gondolín y la sumaron a la familia.

Por los pasillos se pasean dos hermanas de 9 y 11 años como habitués. Esta es su tercera marcha del orgullo en el barrio. Sobre sus espaldas cuelgan la bandera arcoíris, la histórica y la whipala. La de 11 tiene un pañuelo de Lohana Berkins atado al cuello, que se lo dieron en mano sus amigas de militancia. Recuerda que ellas le contaron de algo mágico que pasó el día del entierro de Lohana. Por la ventana, se asomó volando una mariposa brillante y se posó sobre su cajón.

“La función de la libertad es liberar a otros” reza la carroza arcoíris vestida de globos y banderas, desde donde se asoman performers con disfraces y máscaras, indiscutibles exponentes del halloween trans villero. Posan para las cámaras como divos y divas. Y ahí nomás se levanta entre la multitud un cartel que espeta “Milei no es mi ley”, empuñado por un brazo envuelto en el pañuelo verde.

“Cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡Los putos y travestis, marchamos!”. Con ese grito de guerra las agrupaciones y autoconvocados agarran Av. Perette hasta el escenario. Los señores sentados en los bares se dan vuelta: tanta presencia es insoslayable. La columna pasa frente al destacamento y hasta parece que van a sacarles una sonrisa a los oficiales, tan serios y grises.

En el trayecto, las gargantas dejan escapar los himnos clásicos, megáfono en mano. “Lo dijo Lohana y Sacayán, al calabozo no volvemos nunca más”, seguido de “Señor, señora no sea indiferente, se mata a las travestis en la cara de la gente”.

Pelinco marcha con el retrato pegado al pecho de Yoselin Mendoza, una vecina del barrio víctima de travesticidio. Sus verdugos siguen libres y aún no fueron identificados, pero el odio de sus manos frías es algo que se percibe. Sus compañeras dan el presente, ahora y siempre, y hasta que la justicia se incline para las vulneradas.

Arriba del escenario, cierra esta tarde el ritmo desprejuiciado de Sudor Marika. Las almas se liberan en la comunión multicolor, convirtiendo, una vez más, el dolor en su existencia orgullosa y brillante.

Informe: Carla Spinelli



Fuente-Página/12