Hoy me gustaría hablar de cuadros.
¿Vieron cuando tomando mate o sentado comiendo sencillamente, uno se pone a mirar los cuadros que tenés en casa, esos que ya con el tiempo dejaron de provocar el placer de mirarlos por ser parte de la piel del hogar? Me sale pensar en los autores, en los artistas, quienes en mi caso son queridos o cercanos, porque soy de los que tienen cuadros de artistas que admiro y/o quiero y que así como regalo un disco o un libro mío, ellos me han premiado con un cacho de su talento y ahí están, acompañando el sabor de vivir en esta casa; comparten pared entonces expresionismos varios con figurativos o puro arte fotográfico con algunos cuadritos entrañables e infantiles de mi hija que se ganaron la pared, matizados con pequeños orgullos de premios o imágenes que considero amuletos de memoria y sensibilidad, como pueden ser Angelito Labruna, Amadeo Carrizo, el muñeco Gallardo o un abrazo de Perón con Evita siempre cumpleañera, abrazados por un poema de Carlino. A veces uno no les da bola pero están ahí. Cada uno representa un cacho de visión del mundo al que adhiero y que me acompañan como alimentos diarios.
La memoria intacta me lleva a Néstor cuando bajó esos cuadros, ¿como no acordarse?, esos cuadros no estaban ni en tu casa ni en la mía, pero ensuciaban la casa nuestra, en un lugar común por donde sufría la Patria uno de las más horribles tragedias y la Patria, para mí fue, es y será la otra y el otro. Me contaron que cuando Néstor se dirigía a destronar a los genocidas colgados, no sabía cómo iba a reaccionar el milico ante su decisión, y eso se llama valor. El valor emerge en esas circunstancias, ante lo imprevisible en el peligro, tomar una decisión. Es como el cazador, que vale más cuando tiene que cazar para comer empujado por la vida misma, que aquel que va solo a matar un animal por vanidad. Esas son las diferencias vitales entre ambos. Esos cuadros bajados, limpiaron la casa y no eran arte. Eran un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad de una Nación que necesita de vez en cuando de estos hombres o mujeres para que los cuadros nos llenen de orgullo y acompañen con sabiduría, y ¡que lindo mirar la casa de vez en cuando con orgullo!
Pero un pavote no hubiera pensado en eso jamás, hubiera no solo dejado colgados esos cuadros, los veneraría en un “pour le galerie” al revés. Don Arturo Jauretche escribió alguna vez allá por 1960: “…el pavote es el que repite siempre que el alza del salario motiva el aumento de los precios…el pavote confunde la liebre con el perro, cuando basta mirar quien corre atrás para conocerlos…no le tiene miedo al horno. Dejará de ser político para volver a ser hombre de negocios…las empresas no necesitan ahora un jefe de relaciones que gestiona con los hombres de gobierno. No, cuando su jefe de relaciones públicas es directamente el que gobierna…” A buen entendedor y como resuena hoy…¿Qué cuadros puede querer un pavote? A veces se convierten en ladrones de cuadros cuando gobiernan y además no tienen gusto. Son los que se chorean un cuadro maravilloso y piensan en el living si cambian el color de las cortinas. Así actuaron pavotes y asesinos genocidas cuando robaron colecciones enteras de obras maestras para venderlas al mejor postor en medio de ese Holocausto que los pavotes de hoy niegan o ni siquiera reconocen que fue una tragedia humana, sino “falta de entendimiento”. Son los que utilizan a la justicia vendida y humillada para amedrentar llevándose cuadros de la casa de un tipo como el incunable Víctor Hugo, quien deja a diario en evidencia a los pavotes, a ellos que en una alerta mafiosa de incierta categoría, lo hacen para que se los vea en medio de un cuadro de situación que los pinta en un bote lejos de los inundados pero en medio de una tormenta que no pueden ocultar ni robar como si fuera un cuadro. Ellos, claro que no van a pintar jamás con talento alguno y aunque a nosotros nos faltaran materiales, siempre tendremos la sangre, las lágrimas de la rabia y de la pena, el coraje para que los cuadros de los nuestros nos retraten y nos acompañen en casa. No importa el valor de las obras ni el color de las paredes. Uno los mira de repente y están iluminando la casa, que es una Patria chica, a la que se la pinta y se la canta, se la escribe y se la defiende de pavotes mercaderes y emisarios de los que para la historia, no quieren colores ni formas ni aquello que estimulan ganas en nosotros, no; solo quieren saber el precio y aunque nos cueste la vida, para nosotros habrá cuestiones que no la tendrán jamás. ¿La casa?, la casa es bien nuestra.
Gracias Flaco por tu arte en esta casa, no te moriste nunca…
Besos de esquina y abrazos de cancha.