En medio de la euforia por el inesperadamente contundente triunfo de Sergio Massa sobre las derechas, conviene pensar que, aún si en la segunda vuelta Javier Milei no consiguiera sumar un voto de Bullrich o Schiaretti –cosa improbable– , un 30 por ciento para una fuerza nueva, proclive al discurso violento y llena de incoherencias que propone un ataúd para el adversario kirchnerista es un enorme piso, y una inquietante presencia futura.
La advertencia-despertador es porque volvió a suceder: la realidad se burló de las encuestas y de nuestras intuiciones.
Está visto que la realidad se muestra resbalosa para todos y también para quienes están en el negocio de sondearla. Y eso se debe no sólo a la evidente fragmentación del escenario político, sino también a que el compromiso de los votantes se ha debilitado.
Lo que parece más seguro de reconocer son los efectos paradojales de las PASO: mientras que a la fuerza ganadora de agosto la sumió en una borrachera triunfalista, al gran derrotado de entonces, el oficialismo, lo estremeció como un gigantesco despertador.
De hecho, a Javier Milei y su ecléctico equipo, que nunca imaginaron ganar las primarias, le dejaron una falsa certeza, una sensación de que su camino a la Casa Rosada estaba absolutamente pavimentado. Así, como una estrategia elegida, pero también por el efecto hipnótico del triunfo, el líder despeinado comenzó a actuar como el inminente presidente, y llegó incluso a pedir al actual mandatario que no tome decisiones trascendentes en el tiempo que queda de su mandato.
Y, en parte por el propio ambiente anárquico que reina en una fuerza nueva con un discurso libertario, en otra parte por la inexperiencia de muchos de sus referentes, pero, sobre todo, por su certeza triunfalista, volvieron a pronunciarse en voz alta sobre cuestiones muy polémicas que les habían servido para imponerse en las Primarias como una fuerza disruptiva que arrasa con los políticos tradicionales.
Más de un encuestador advirtió que votantes de Milei rechazaban muchas de sus propuestas. Esto podría haber llevado al equipo de LLA a bajar el tono de sus propuestas, pero hizo el efecto contrario: los llevó a creer que ninguna controversia sobre sus políticas podría hacerle perder votos.
Y, así, las mismas herramientas que los pusieron al tope, en un nuevo contexto (ahora el voto era un acceso al poder) se fueron convirtiendo en tiros en el pie: no les sumó votos la defensa cerrada que hizo de la última dictadura la candidata a vice, Victoria Villarruel, avaladas por su jefe, que cuestionó los 30.000 desaparecidos, ni las duras palabras del propio líder libertario contra el Papa, ni las torpes polémicas en que se sumergió Ramiro Marra, como su frase “Soy español y no me gusta como (Zamba y Paka Paka) cuentan la historia”, ni la opinión de la señalada como futura canciller, Diana Mondino, inclinada a dejar que los kelpers resuelvan el tema de Malvinas, ni la increíble propuesta de la candidata a diputada Lilia Lemoine, de que los varones puedan renunciar a su paternidad en un país en donde la mitad de las madres que están a cargo de sus hogares no recibe la cuota alimentaria de sus ex.
Ni hablar del efecto de la última audacia de LLA: Milei y Marra proponiendo retirar los depósitos en pesos para buscar dólares, y provocando una corrida.
Y muchos otros etcéteras.
Puede que muchos votantes de Milei hayan sido indiferentes a esas metidas de pata o que incluso celebraran las nuevas audacias de su candidato. Pero es seguro que muchos potenciales votantes que Milei debía ganar se sintieron amedrentados.
En la otra vereda, el oficialismo ha venido con pronóstico reservado por los espantosos indicadores de inflación, por la rechazada imagen del gobierno de Alberto Fernandez, pero también por lo debilitado que fue el apoyo de gobernadores y otros sectores del peronismo.
Quedar virtualmente tercero en las PASO le mostró la cruda imagen de la caída sin freno, y a partir de allí un gobierno que estaba sumido en la impotencia y la encerrona que plantea el FMI, si bien devaluó para destrabar las transferencias del organismo, aguantó las peores presiones y empezó a tomar iniciativas distribucionistas con el ritmo intenso del convencido Sergio Massa, quien, además, peronizó su discurso.
Aquello que hasta aquí no era esperable del gobierno del Frente de Todos ofreció una versión distinta, de un Estado activo y más sensible hacia los trabajadores y los sectores vulnerables, incluso un Estado que castiga a operadores sucios de la divisa.
Massa y los distintos sectores del oficialismo despertaron del letargo y realinearon fuerzas.
Pero, además, el horizonte se ha venido despejando para UxP también por razones ajenas: si la performance de las PASO mareó a Milei y despertó a Sergio Massa, Patricia Bullrich no reaccionó con borrachera, pero tampoco despertó.
Su propuesta obsesiva de exterminar al kirchnerismo no le dio resultado electoral. Con escasa convicción introdujo a Melconian como su futuro ministro de Economía – tampoco fue un acierto — y no quiso deshacerse de su pieza oratoria preferida: muerte al kirchnerismo.
Ahora Milei arroja por la ventana su prédica anterior y convoca a la casta que despreció, como si fuera aquel típico gag de Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gusta…tengo otros”.
Juntos por el cambio cruje y se abre una puerta para que muchos sectores del radicalismo entre Milei y Massa opten por el candidato de UxP.
Hasta Myriam Bregman, la candidata del Frente de Izquierda y de los Trabjadores-Unidad, que parecía tener todo para crecer, se llevó el fiasco de recibir menos votos que en las PASO. Y no es descabellado atribuir la caída a su reticencia a conformar algún frente con el espacio peronista.
¿Cómo podía crecer si era refractaria a cualquier acuerdo con otras fuerzas?.
Por eso, si alguna lección quedó expuesta en los comicios de ayer es que el sectarismo es una forma de suicidio político.
Sin embargo, en su discurso del domingo Javier Milei tomó prestado el sectarismo de Bullrich para seducir a sus votantes, mientras que Sergio Massa puso todo el énfasis en un futuro gobierno de unidad nacional.
Eso sí, no queda más espacio para letargos, borracheras triunfalistas o sectarismos.