Artista conceptual, sociólogo, letrista de una de las bandas más importantes del rock nacional, desde hace poco cantante. Roberto Jacoby es un ser difícil de clasificar y en eso reside su encanto. Acaba de publicar un libro que reúne su trabajo como autor en Virus. Se llama Superficies de placer -igual que el último disco de la banda, el mejor para muchos, incluso para él- y es una bella mezcla que conjuga distintas aristas, como los misterios de la escritura, los alcances inesperados de las palabras, anécdotas de la creación a cuatro manos -junto con Federico Moura-, las resonancias estéticas y políticas de las letras, con su doble incitación al “goce físico” y la “gimnasia mental”, en palabras del autor.

“No es un libro común de un rockero… pero yo no soy común”, aclara en la charla con Página/12. “La única cosa que pensaba era no ser aburrido. No tenía ninguna expectativa, y eso me parece lo mejor para hacer algo”, agrega. Este texto dinámico deja destellos del perfil del cantante y aborda, además, la relación entre el contexto histórico con los momentos del grupo, las razones de su importancia en la escena cultural, recuerdos de shows emblemáticos, las presiones de la industria, la agresiva mirada ajena hacia una propuesta disruptiva -tomada como frívola y superficial-, queer mucho antes de que el término se usara. Editado por Planeta, está estructurado así: cada capítulo es acerca de un disco, y abre con una pintura de la época. Las canciones aparecen completas, como poemas, y después son comentadas.

La colaboración de Jacoby (79) con Virus se sella temprano, en el primer disco, Wadu Wadu (1981), con el último tramo de la dictadura militar como telón de fondo. “El rock es mi forma de ser”, “El banquete”, “Bandas chantas arañan la nada”, “Hay que salir del agujero interior”, “Ellos nos han separado”, “Tomo lo que encuentro”, “Pecados para dos”, “Destino circular”, “Dicha feliz”, “Sin disfraz”, “Imágenes paganas”, “Mirada speed”, “Danza narcótica”, “Epocalipsis”, “Polvos de una relación”, “Superficies de placer” y “Transeúnte sin identidad” son algunos de los hits en los que el artista intervino. Algunos los escribió en soledad; también lo hizo con otros integrantes del grupo. El vínculo se extendió hasta Tierra del fuego (1989), disco en el que Federico cedió el rol de frontman a Marcelo Moura por su estado de salud. Y hay una última colaboración (“Tecnofon”), editada en 2000 en Obras cumbres.

Para Jacoby, que publicó también poesía, la canción es el “arte más antiguo” y “perfecto”. Virus fue su forma de unir la música pop con otros intereses como la filosofía, la semiología y la política, lo que dio a las letras su impronta. Al licuarse su relación con la banda, que sigue activa (“Virus sin Federico no me parece lo mismo”, dice), escribió para Divina Gloria y Leo García, entre otros cantantes. Siempre hizo temas aunque no hubiese nadie que les pusiera música. En 2010, Nacho Marciano produjo el álbum Tocame el rok para una muestra en el Museo Reina Sofía, de Madrid, y muchas “letras solteras” se volvieron canciones, con las voces de Nacho, Pablo Dacal, Axel Krygier, Gabo Ferro, Dani Umpi, Sergio Pángaro y otros. En 2018 Jacoby se volvió cantautor con Golosina Caníbal, y ahora prepara un disco de covers de Virus. Todo este devenir -con las producciones- está reflejado en Superficies de placer. Mis letras para Virus y otras canciones.

Federico Moura tenía interés por la vanguardia artística del Instituto di Tella, por eso frecuentaba a quienes habían sido parte de esa movida. Jacoby estaba entre ellos. En los setenta se cruzaban en exposiciones, estrenos y tertulias. En 1973 conversaron mucho por primera vez, en un cumpleaños. Los unía, también, la ropa: Federico vendía sus prendas en el local de un amigo de Jacoby, y él las compraba. El sociólogo venía escribiendo poemas y letras desde el ’79 a raíz de una “hepatitis violenta” que lo había dejado meses en cama. Su nombre le fue sugerido a Moura por Daniel Melgarejo cuando preparaba el primer disco de Virus. Se juntaron en el monoambiente de Jacoby en Pasteur y Rivadavia, tomaron té, fumaron, hubo afinidad. El cantante dejó un casete con bocetos y quedó a la espera de sugerencias. Además, se llevó una letra que se convertiría en “El rock es mi forma de ser” cuando Julio Moura le pusiera el estribillo.

Federico quería que alguien escribiera las letras. Tenía una actitud muy beneficiosa para el arte, que es no pensar que sos el genio, que podés hacer todo y lo hacés bien. Pensaba que tenía que juntarse con gente que hiciera cosas que a él le gustaran, y de ese modo darle mayor calidad a lo que hacía”, recuerda Jacoby. “No era difícil componer con él porque te dejaba ser: no recuerdo una vez que me haya dicho ‘eso no va’ o ‘eso es muy peligroso'”, agrega. En el libro sintetiza: “Lo que se planteó en ese primer encuentro sería la matriz, el procedimiento con el que produjimos la mayoría de los temas. (…) Nos encontrábamos o hablábamos por teléfono, él me pasaba las maquetas sonoras y yo escribía partiendo de lo que charlábamos, de la sanata o la música que me sugería. Después, Federico cantaba la letra acompañándose con guitarra acústica y ajustábamos las palabras según necesidades métricas, vocálicas o de sentido”.

Recuerda a su amigo como alguien de “gran sensibilidad”, interesado en el arte contemporáneo, la poesía, la literatura, la moda. Informado, viajado. “Lo recuerdo divertido y enojado: esa parte de enojado no se conoce… era tremendamente exigente. Cuando alguien se equivocaba se ponía loco, y les decía de todo a los chicos. No perdonaba. Un líder exige que los que están con él estén a la altura”, describe. 

Escribe en el libro que los temas de Virus habilitan una “doble o triple lectura”: pueden sonar como “diversión infantil” pero son un “comentario mordaz”, como “El banquete”, retrato de la situación post-Malvinas. Algunas de las reseñas de las canciones van en esta dirección; se posan en los significados: se sabe que “Ellos nos han separado” trata de la desaparición de Jorge, el mayor de los Moura -la banda era acusada de frívola por enarbolar la alegría pese a esta desdicha-. Menos conocido es el dato de que “Destino circular” surgió porque Federico dejó encerrada en su departamento varias veces a la misma amiga. Artilugios de la composición (como el juego de la única vocal de “Bandas chantas…”) o repercusiones inesperadas (los taxy boys tomando a “Sin disfraz” como himno) son otros caminos de los comentarios. En síntesis, para el autor, las letras exaltan el erotismo, el cuerpo y su liberación, el rechazo  a la rutina y una burla al entorno rockero y contienen alusiones muy tempranas a la tecnología. 

“Virus fue un cambio, con cierta originalidad en la música, el look. Es difícil decir que tuvo más influencias que otras bandas. Era toda una época. Otros grupos y experiencias iban también en la dirección de una mayor libertad, no sólo en lo político sino en lo personal”, evoca Jacoby, quien define al rock como una “pieza de museo” y “una de las bellas artes”. “Quiere decir que es algo bueno, pero ya está consagrado. Sobreviven las cosas buenas, tipo los Babasónicos, como un gran grupo que empezó en los noventa, le pasaron 30 años y siguen haciendo cosas de calidad. Pero no es lo hegemónico, lo que se vende y se escucha es otra cosa”, concluye. Le gustan Wos, Quevedo y Bizarrap. Aunque abraza los recuerdos, no le gana la nostalgia.



Fuente Pagina12