Ayer cerró su campaña Javier Milei. La escenografía era propia de los shows rockeros o los grandes combates de box o de lucha libre. Su entrada al Movistar Arena parodiaba al espectacular ingreso de los boxeadores a los grandes estadios, accediendo al ring en medio del público rodeado por un grupo de guardaespaldas y en medio de la gritería y el desbordante entusiasmo de los asistentes, convenientemente bombardeados por un relampagueante juego de luces y atronadores temas musicales. El estímulo previo a su llegada fue una interminable serie de apocalípticas imágenes de explosiones atómicas y grandes edificios que implosionaban y se derrumbaban en medio de gigantescas nubes de polvo y cenizas. Esta exaltación de la violencia y la muerte nada tiene de original pues es propia de todos los fascismos, los de ayer tanto como los de hoy. Sólo faltó que se agregara una imagen con un cartel que dijera “viva la muerte” para que la ambientación del acto de cierre de Milei emulara a la perfección el de sus tétricos antecesores europeos.
Sin embargo, pasado ese momento inicial el público -jóvenes de clase media baja en su gran mayoría, aunque había unos pocos que revelaban un origen más plebeyo- como que se aletargó y quedó instalado en un modo pasivo y silencioso, sólo interrumpido cuando Milei rubricaba alguno de los pasajes más belicosos del texto que estaba leyendo con sus alaridos y su ampulosa gestualidad. De no ser por estas interpelaciones del líder de La Libertad Avanza la actitud de la concurrencia no parecía ser la típica de un acto político.
Es obvio que un discurso leído rara vez tiene la capacidad de suscitar el entusiasmo que generan las vibrantes palabras de un líder de masas, y eso ayer se comprobó irrefutablemente. Sobre todo cuando de su lectura no se desprendía una sola idea nueva sino la reiteración de sus conocidos latiguillos: denuncia de la casta, de los periodistas ensobrados y los políticos empobrecedores, todos parásitos de un Estado que habrá que destruir con una motosierra.
El texto estaba condimentado con algunos datos estadísticos, arrojados al voleo y sin ton ni son y, sobre todo, en su mayoría falsos. Por ejemplo, cuando dijo que gracias a la labor de la generación del 80 y el predominio de las ideas liberales la Argentina se había convertido a finales del siglo diecinueve en “la primera potencia mundial”, cosa que asombrosamente pasó inadvertida para el resto de las naciones.
En otro pasaje de su alocución se apartó de su texto escrito para vociferar que la declinación argentina había comenzado cuando, hace ciento siete años, se abandonaron las luminosas ideas del liberalismo. Aunque no abundó sobre el tema, sus palabras pusieron de relieve el visceral rechazo que este demagogo fascista siente por el proceso de democratización que en este país comenzó exactamente en 1916, hace ciento siete años, con la elección de Hipólito Yrigoyen.
En suma, un discurso pobre, inundado por una retórica efectista, sin ninguna propuesta concreta y sin referencia alguna a los temas que habían signado su campaña hace pocas semanas atrás: la dolarización, el cierre de ministerios, el ataque a las instituciones del estado (Conicet, universidades, régimen previsional, salud pública, etcétera). Tengo para mí la impresión que el público, aletargado (casi diría aburrido) esperaba algo más y sólo manifestaba ocasionales estallidos de entusiasmo cuando, desde la tribuna, el orador lo instaba a ello apelando a su desaforada gestualidad y sus gritos destemplados.
Milei obvió la oportunidad de explicar a sus partidarios lo que ocurriría si llegado al gobierno decidiera arancelar las universidades públicas, dando cumplimiento a una de sus promesas de campaña. Pero en tal caso habría tenido que dar muy malas noticias al informar lo que las y los estudiantes tendrían que pagar una vez que aquellas cobraran aranceles y fijaran el costo de su matrícula en línea con el de las universidades privadas.
Según un informe publicado en El Cronista, de agosto pasado, las cuotas mensuales en distintas universidades privadas son las siguientes. En el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) “el valor correspondiente al mes de agosto para la carrera de Ingeniería ronda los $ 320.688.” En otras carreras, como por ejemplo “Data Science y Gestión de Negocios los valores son del orden de $ 263.736. En el caso de la Universidad de San Andrés (UdeSA), “la cuota de la carrera de Negocios Digitales es de $ 276.000”. En la Universidad Católica Argentina (UCA) “la carrera de Ciencias Políticas cobra un arancel mensual de $ 120.000”. En las carreras de Comunicación, como Publicidad Digital e Interactiva o Periodismo, el valor del arancel actual es de $ 137.000. Y en la Universidad Torcuato Di Tella la carrera de licenciatura en Economía tiene un arancel mensual de $ 245.000.”
No hace falta ser un Premio Nobel de Economía para concluir que estas cifras son absolutamente inalcanzables para el público que colmaba las instituciones del Movistar Arena.
En la práctica Milei habría tenido que parafrasear lo que hace algunos años dijera María Eugenia Vidal: “los pobres no llegan a la universidad”. Pero cambiando el tiempo del verbo y haciendo una confesión: “con mi gobierno los pobres jamás llegarán a la universidad”. Aunque, claro, hay verdades que matan aún a los políticos más encumbrados, sobre todo si están en campaña.