Los acantilados están formados por rocas resistentes a la erosión, pero a la vez permiten ver las huellas del paso tiempo. Algo de eso ocurre con las canciones de Lisandro Aristimuño, un cantante, compositor y productor con veinte años de trayectoria que no solo construyó un estilo personal, sino que también consiguió crear una obra capaz de perdurar. En esta sintonía, el cantautor patagónico acaba de publicar su octavo disco de estudio, El Rostro de los Acantilados (2023), un conjunto de 13 canciones que reflejan la madurez de su propuesta musical –ese cruce entre lo orgánico y lo electrónico-, la amplitud de referencias –desde el folklore hasta el rock argentino y el pop británico– y su capacidad para diseñar atmósferas y climas sonoros sin desatender el formato canción, como ocurre en piezas como “Sweet Gloria”, “Príncipe de lata” o “Devolver tu amor”, con Pedro Aznar.
“Tiene mucho que ver con la madurez este disco”, le dice Aristimuño a Página/12. “La madurez como persona y aceptarme también en un montón de cosas, en estilos. Sentir un poco de orgullo por eso. Hay algunas cosas que tienen una identidad propia, que las construí yo. Algunos pasajes tímbricos, el tipo de canción o la armonía; hay algunas cosas que creo que son mías, que las hice”, sostiene sobre la construcción de un estilo personal en estos años. “Hoy lo reconozco y me doy cuenta. Antes me daba mucha vergüenza y mucho pudor decirlo. Escucho músicas nuevas y hay cosas tímbricas y sonoras que tienen algo de mí. Y me parece un honor y un orgullo que los músicos y las músicas utilicen esas herramientas para hacer sus canciones también. No es que me queje, al contrario. Me siento orgulloso”.
Editado por el sello Viento Azul, el disco cuenta con colaboraciones que, de alguna manera, ponen en evidencia el amplio abanico sonoro que convive en la música de Aristimuño. Y a la vez señalan una intención ética y estética. De este modo, el cantante y compositor británico Jono McCleery suma su voz en la intimista “No ves tal vez” y el vocalista de Todo Aparenta Normal, Nicolás Alfieri, le aporta un clima rockero a “Tres de abril”. “Desde mi segundo disco tengo invitados. A mí siempre me gustó tener voces, personas y energías en mis discos, no lo hago porque ahora se usa eso”, dice Aristimuño. “Siempre me encantó (tener invitados); los pienso como si fueran actores de una película”.
En este sentido, hay dos actores que sobresalen por peso propio. Por historia y trayectoria. David Lebón colabora en “Por encima del fuego” y Pedro Aznar protagoniza con el patagónico una dupla encantadora en “Devolver tu amor”. “Lo de Lebón y Aznar es un sueño de niño. Tener la mitad de Serú Girán en mi disco es un sueño grosso. Lo digo y no lo puedo creer todavía”, celebra el músico de Viedma. Además, Aristimuño invita en este disco a un compositor de su generación, Lucas Martí, en “A lo mejor”; y a una cantante y compositora de la nueva generación, Mariana Michi, que se luce en “Bailar”, una de las mejores canciones del disco. Las voces invitadas dan cuenta de que para Aristimuño la obra, la búsqueda artística y el concepto son la prioridad.
“Siempre voy mutando y cambiando cosas. Cada paso que hago intento seguir buscando y aprendiendo”, sostiene el músico. “Algún instrumento nuevo, alguna sonoridad nueva. Me bajo samplers de internet o plugins. Siempre estoy investigando. Yo adoro la música, no soy músico, amo la música. Sin música no vive nadie. Es decir, yo soy músico porque escuché y sentí música. Y eso no te lo puede decir nadie, no es una academia o una escuela. Aprendí así, jugando. Tocando la guitarra criolla en el patio de la casa de mi vieja. Por suerte las cosas van mutando y se van modernizando. Lo electrónico, sobre todo. Yo soy como un niño, me compro ese juguete, lo quiero tener. O veo la forma de comprármelo o que me lo presten”.
Una de las canciones más particulares del disco es “1986”, que está dedicada a su hermano menor, Tomás, que nació ese año. “El sol temprano ilumina el rosedal/ Desde el estadio Maradona ríe/ Yo contemplando tu llegada a este mundo”, canta Aristimuño en esta canción que contiene un fragmento del histórico relato de Víctor Hugo Morales del segundo gol de Diego Maradona a los ingleses en el Mundial de México ’86. “Y cuando Tomi nació para nosotros fue como la felicidad más absoluta del mundo, fue tener un bebé en nuestra casa”, cuenta Aristimuño. “Para mí era alucinante. Me pareció increíble porque en el año que nació fue el gol del Diego y ahí uní varias cosas. Porque para mí fue un gol el nacimiento de mi hermano”, resalta.
Si bien el nuevo disco transita por paisajes sonoros y climas diversos –Aristimuño es, ante todo, un experto en construir atmósferas e imágenes sensoriales, como si fuera un director de cine-, lo cierto es que es más luminoso y hacia afuera que su antecesor, Criptograma (2020), que era más introspectivo y oscuro. “Uno es compositor, por eso también es como si fuera un escritor: vas viendo lo que te rodea, el ambiente”, entiende. “Criptograma salió en pandemia, yo me había separado en ese momento de mi mujer de toda la vida, entonces es un disco que tiene mucho que ver con eso. El hecho de desprenderse, de estar solo en un lugar”, cuenta. “Después vino el disco que hice con Kabusacki, =EP8 (2021), que es todo vía internet, todo wi-fi; nadie se veía, nadie se tocaba, nadie se hablaba. Y ahora El Rostro de los Acantilados: naturaleza, otra vez la vuelta a mis orígenes, al viento, a mi familia, sobre todo”.