Tras su éxito rotundo con la obra teatral de su autoría ¡Ay, amor divino!, Mercede Morán se quedó con ganas de seguir escribiendo: ahora debuta como coguionista en Norma, una película que escribió a cuatro manos junto a Santiago Giralt, quien, a su vez, es el director de esta historia que aborda el cambio en la vida de una mujer de 60 años. Morán, una de las mejores actrices de la Argentina, leyó la última novela de Giralt. “Cuando me la pasó para leer, me interesó mucho un personaje”, explica Morán en diálogo con Página/12. “Sería lindo contar la historia de este personaje”, le dijo la actriz al director. Y se pusieron a escribir juntos. “Tanto Santiago como yo conocemos profundamente a estas mujeres del interior, sus idiosincrasias. Así se hizo la primera versión de un guión que fue sufriendo muchas modificaciones a lo largo del tiempo hasta que se concretó en una película”, subraya Morán. El film –que también la tiene como protagonista- se estrenará este jueves en salas y luego se podrá ver por Netflix.

Morán no está sola en Norma. También integran el elenco Alejandro Awada, Lorena Vega, Mercedes Scápola, con la participación especial de Marco Antonio Caponi, Mirella Pascual, Claudia Cantero, Elvira Onetto y la locutora Elizabeth Vernaci. Norma (Morán) es una buena ciudadana de alguna localidad de provincia, y es el vivo ejemplo de su nombre: sigue las reglas, vive una vida “normal”. Un día, Rosita, su empleada doméstica de toda la vida, decide renunciar sin darle mayores explicaciones. Este evento desarma a Norma que, desbordada por la situación, comienza a romper con las imposiciones aprendidas: vivir para los demás, para su casa, su esposo y su familia. Es así que logra alejarse de los prejuicios para construir una nueva red de vínculos. En este profundo viaje de autodescubrimiento, Norma buscará rearmar una versión más feliz de sí misma, atravesando un camino lleno de sorpresas.

-¿La experiencia en tu unipersonal y en Norma te motivó a continuar el trabajo de escritura?

-No lo sé. Me pienso y me imagino siempre como actriz. Pero soy un tipo de actriz que intervengo mucho en los guiones que me ofrecen, en la estructura del personaje, en los comportamientos. He descubierto que si me pongo a escribir soy menos molesta (risas), pero la escritura y la lectura son cosas que ejercito permanentemente.

-¿Notaste alguna diferencia al actuar un texto en el que participaste respecto de lo que es un guión ajeno?

-Fue muy interesante porque cosas que habíamos decidido en el guión, cuando abordé el personaje desde la actriz, dije: “No, esto no lo puede decir este personaje”. Y lo había escrito yo. Evidentemente, hay unas aproximaciones a los personajes que, a veces, difieren con determinadas situaciones o textos: un tipo de humor, qué le gusta y qué no le gusta, qué le excita y qué no le excita, cómo maneja el miedo, cuán paranoica se pone. Norma está en situaciones exigentes para ella, siempre coqueteando con las transgresiones que para su estructura mental son un riesgo enorme, más grande que el que ve el espectador. Para ella, significan muchísimo. Y después, los detalles que siempre me divierten: el nombre es Norma, una mujer que vive con las normas. El apellido es Lera: “Normal era” (risas). Me divirtió. La primera aproximación fue diferente a los otros trabajos porque fue desde la escritura.

-¿Crees que es una película que reivindica la tercera edad?

-Me parece que el asunto corresponde a esa edad, en el sentido de que una ha sido para sí misma, una promesa, como todos lo hemos sido. Y es una edad donde definitivamente nos toca ver respecto de esa promesa que nos hicimos cuando éramos jóvenes, cuál se concretó y cuál quedó pendiente en el transcurso de la vida. Ese balance sí es algo muy típico de la edad: pasados los 50, una empieza a decir: “Esta es la vida que hice” o “Esto es gran parte de mi vida”. Entonces, tiene una capacidad de reflexión sobre eso diferente de la que tiene cuando se es más joven.

-Una pequeña crisis desatada por la renuncia de la empleada doméstica le abre los ojos a otras posibilidades, ¿no?

-Sí. Personalmente, creo que el crecimiento tiene que ver con bajar prejuicios que una lleva consigo. Y lo que Norma hace en esta película a partir de una crisis y de un hecho eventual, es empezar a liquidar algunos de sus grandes prejuicios que la han conducido toda la vida, con determinado tipo de gente, con determinado tipo de comportamiento, su prejuicio con el psicoanálisis, con las amistades, con los lugares. Hay lugares prohibidos. Ella puede asistir por primera vez a un lugar por el que siempre pasó, pero que nunca entró porque vaya a saber qué se imaginaba, porque los prejuicios están llenos de una imaginación oscura sobre determinadas cosas. Y la única manera de descubrirlos es atravesándolos.

-Es interesante lo de las posibilidades que se abren porque parece que este es un mundo exclusivo para la juventud. Casi todas las publicidades tienen que ver con los jóvenes y pareciera que la gente de la tercera edad no puede tener proyectos…

-Claro. Es un sector de la población que está ya como jubilado para todo el mundo. Ese concepto de jubilación, donde ya no hay más deseo, no hay más proyectos, no hay más replanteos. Aparece como un mandato de aceptar lo que se tiene, lo que se está haciendo y ya. “Ya no es tiempo de cambiar” es un poco el folklore que acecha a la gente de esa generación. Y yo creo que se puede cambiar, se puede seguir creciendo. Hay una frase muy bonita que decía la abuela de una amiga mía: “Se moría la chica y aprendía”. La curiosidad te lleva por suerte a que te muevas, a que investigues, a que te metas en lugares donde antes no te metiste. También cuando, a veces, se cuentan historias de personas mayores, las hacen con el formato de los jóvenes. Nada es igual a los 20, a los 30, a los 50 o a los 60. Uno tiene experiencias, otros miedos, otros pudores y las cosas se manejan diferente. Lo que te gusta también cambia, el objeto de deseo cambia. Pero me parece importante establecer que no hay una edad para jubilarse de la vida.

-Eso está reflejado en la película. Y otro aspecto interesante es que Norma es una historia sobre la vida y no sobre la muerte porque generalmente cuando se abordan personajes mayores está presente la proximidad de la muerte y, en realidad, eso no es lo único que acapara el pensamiento de una persona que está empezando a envejecer.

-No, yo creo que la búsqueda de la felicidad es algo que nos acompaña siempre. Y lo que queremos contar con esta historia es que esa búsqueda no cesa y que no hay que detenerla, que siempre es válido seguir buscando la felicidad y el autoconocimiento, en el sentido más pragmático, no el autoconocimiento espiritual solamente, digo el autoconocimiento del qué me pasa, qué siento. Ella está en una crisis en su vida, con su matrimonio no es feliz. Y tiene vínculos muy enmarcados por el deber ser con su hija, con sus amigas, qué se dice, qué se cuenta, qué no se cuenta. Y esta pequeña crisis que atraviesa le hace modificar los vínculos. Eso también es interesante. Hay un tipo de amistad que empieza a ejercer que nunca había conocido, se vincula con su hija dejando atrás los secretos, sin ese temor al mandato de “sos la madre, no sos la amiga”. Se puede ser madre y compañera y confidente. Toda esta cantidad de prejuicios si uno va al interior son más evidentes. La mirada del otro la sentís más encima que en una ciudad grande. Sabés que estás caminando por las calles de una ciudad pequeña y que son todos conocidos. La mirada del otro que te conoce tiene esa cosa tranqulizadora y, al mismo tiempo, perturbadora.

-¿Te interesó particularmente que sea una mujer de provincia? Porque generalmente los personajes son porteños…

-Sí, me gusta mucho interpretar mujeres de provincia porque yo soy de una provincia, y toda mi infancia estuvo atravesada por esas mujeres. En la época en que mirás con ojos de niña, las mujeres, las tías son esas mujeres. También me ha pasado cuando trabajo con Lucrecia Martel: ese universo, esas cabezas son completamente diferentes a una mujer capitalina o de ciudad. Las de Campanella son las porteñas porteñas, con todas esas características son mujercitas muy distintas.

-Hablando de las mujeres, ¿cómo notás que incidió y sigue incidiendo el movimiento feminista en la sociedad?

-En principio, nos hace no naturalizar cosas muy horribles que veníamos naturalizando. La lucha por los derechos de las mujeres, la igualdad, todas las cosas que se plantea el feminismo es una lucha de mucho tiempo. Personalmente, creo que es la más revolucionaria de todas porque el feminismo pone en evidencia la estructura familiar, económica…Es una revolución que abarca a todo porque todo está construido de otra manera desde la mirada patriarcal. Entonces, ese cambio va a ser muy grande. Lo está siendo y falta mucho todavía.

-¿Crees que el país da ese lugar de expresión a las mujeres o, en realidad, lo que pasa es que la fortaleza misma de las mujeres logró pisar al patriarcado?

-No, yo creo que es la fortaleza de las mujeres del poder manifestarse. A cualquier sistema que está consolidado, el conservadurismo lo mantiene así porque ya están otorgados los privilegios. Cambiar eso nunca es apoyado. Siempre es resistido. La lucha de las mujeres a lo largo de la historia es la responsable y a quien se le debe estos cambios que se están logrando.

-¿Te tocó vivir situaciones de maltrato y machismo trabajando en tu profesión?

-Sí, por supuesto, porque no es un tema personal, es algo que está constituido de ese modo. Después, está cada una, qué elementos tiene, qué carácter, qué posición para ser más o menos víctima. No es necesario que haya sido violada: cuando una mujer va caminando sola por la calle a la noche y ve un grupo de hombres teme. Esto no les pasa a los hombres. No conozco ningún hombre que vaya caminando solo y que, ante un grupo de cinco mujeres, cruce de la vereda porque tenga miedo. Eso es así: la violencia, el maltrato… Después también están en los lugares de trabajo. Pero estamos muy activas, muy atentas.

-Y los hombres también están cambiando.

-Sí, absolutamente. Hay un término: deconstrucción. Yo creo que lo que hace Norma es una deconstrucción. Y la hace una mujer. No creo que la deconstrucción sea exclusivamente para los hombres. Tenemos que deconstruirnos, que significa desaprender o desnaturalizar algunas cosas que estaban naturalizadas. Lo que hace Norma es un pequeño proceso de deconstrucción, de revisar comportamientos que para ella eran “norma”.

-Dijiste en una entrevista: “Fui hija de una madre muy católica y de niña crecí creyendo fervientemente en eso, y a medida que atravesaba la vida fui reflexionando sobre todas las grandes ideas, sobre el amor, Dios, todo…”. ¿Hoy qué pensas de todo eso?

-Una va evolucionando. Me considero una persona con un grado de espiritualidad importante, pero no profeso ninguna religión. Soy actriz, hago cine, así que un acto de fe más grande que el cine no hay (risas). No soy de la gente que piensa lo mismo que a los 20 años y lo toma como un estandarte de coherencia. Me parece que hay que ir abriendo la cabeza, cambiando, repensando. Si a todos los grandes temas tenemos el valor de revisarlos, qué es el amor, qué es el amor a los 20, a los 30, a los 50, a los 60, qué es el deseo, qué es el miedo, qué es la libertad, qué es la felicidad, bueno, tenemos ideas diferentes respecto de esos temas. Lo importante es ir escuchándonos a medida que cumplimos años.

-¿Y qué te resonó de todo eso que mencionás al hacer el personaje de El reino?

-El hecho de ser una mujer con una fe muy grande, pero equivocada, porque el hecho de que tengas fe y seas coherente con esa fe no implica que estés en el camino correcto. Me gustó mucho hacer ese personaje porque es la antítesis de lo que yo soy como mujer. Por otro lado, este es un momento en especial en el que me gusta hacer una comedia, porque tengo ganas de escuchar las risas de la gente. Es importante en este momento reírnos un poco. Estamos en un tiempo muy oscuro como humanidad, ya ni siquiera como país. No vivimos una época renacentista ni mucho menos. Estamos más cerca de la oscuridad. Por eso tengo muchas ganas de hacer comedias y de ofrecerle al público materiales y asuntos que le permitan relajarse, distraerse en el buen sentido, volver a pensar en cosas que estaban ahí arrinconadas, pero desde el humor, desde una mirada menos dramática.

De la comedia a un dramón

Mercedes Morán ya filmó Elena sabe. Basado en la novela homónima de Claudia Piñeiro, el film relata la historia de una madre que intenta esclarecer la muerte de su hija mientras lucha contra una enfermedad que avanza rápidamente. “Fue muy duro desde todo punto de vista”, admite la actriz sobre la construcción del personaje. “Fue duro conectarme con la humanidad de esta mujer tan limitada en una circunstancia tan dolorosa como es la pérdida de un hijo. Y el comportamiento físico fue muy duro para mí porque fueron siete semanas de estar todos los días en una posición que me dejó bastantes secuelas todavía”, señala Morán. “Es lo opuesto a Norma, que es una comedia. Esta no tiene nada de comedia, es un dramón. Pero como actriz me entusiasmó poder comprender las razones de por qué ese personaje hacía lo que hacía porque es muy difícil poder encontrar cuál es el pensamiento, cuál es la necesidad de un personaje para hacer determinadas cosas. Así que eso fue también muy placentero de hacer y muy enriquecedor, por otros motivos”, concluye Morán.  



Fuente Pagina12