“Las ladronas”, primera novela de la escritora María Victoria Massaro, es la historia de dos hermanas que cometen una serie de robos con los que, en palabras de la autora, “le sacan a la sociedad lo que sienten que no tienen y lo reclaman de la peor manera“.
Manuela y Sarita, los personajes centrales de la novela, son dos mujeres mayores que entran a departamentos ajenos para robar dinero a partir de información que les da Luis, el encargado del edificio en el que viven. Un crimen dispara la acción hacia una espiral de violencia que combina situaciones vertiginosas con diálogos agresivos, escenas sexuales y secretos familiares.
“Me interesa la escritura en la que sentís que la acción avanza, con una construcción que podés ver hasta en la luz de la escena, el sentimiento de ese momento. Me gusta escribir así porque me gusta leer así”, asegura la autora.
María Victoria Massaro nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1987, es licenciada en Comunicación Social y suma esta novela al catálogo de Qeja Ediciones, sello en el que ya publicó los poemarios “Nadie quiso subirse al auto con nosotras” y “Me dejaría morir en el sillón”.
Durante una entrevista con Télam, reconoció la influencia de las series y las películas sobre su narrativa, lo que se ve reflejado en un estilo que no da respiro. “A veces los libros me remiten mucho a las películas y cuando escribo lo imagino como una película“, sostiene.
-¿Cómo definís a “Las ladronas”?
-Son historias que se conectan entre sí y tienen que ver con el mundo interior, literal, porque empecé a escribirla en pandemia. La historia muestra cómo se conectan los personajes y las situaciones con las vidas de otras personas. La casualidad, las cosas que parecen muy inesperadas pero pueden pasar y pasan.
-¿Como un doble juego entre lo que sucede en el interior de los personajes y el interior de un edificio. ¿Tu experiencia durante el confinamiento influyó en esa elección?
-Sí, porque la idea surgió con una pelea de dos vecinas en el pulmón de manzana del edificio donde vivo. Esa situación, sumada al chat del edificio, con mensajes más odiosos que otros, me hizo pensar en las personas detrás de esos mensajes. ¿Quiénes son? ¿Qué sienten? Yo me preguntaba qué pasa en un edificio, qué cosas que uno no ve pueden estar pasando, cómo puede ser la vida de esa mujer que no conozco, que no me gusta cómo se queja pero que tiene sus circunstancias, sus sentimientos y sus emociones, y las maneja de esa forma.
-En la novela todas las relaciones afectivas y sexuales parecen destinadas al desencuentro.
-En la relación entre Manuela y Luis, ella se plantea en un lugar de fortaleza, de liderazgo, y con él se ablanda. En algún punto quise ver cómo se pone en juego un vínculo de pareja en una etapa de la vida que no es la mía. Pensaba cómo sería yo más grande y qué vínculos tendría. Manuela tiene agresividad pero no la descarga en él inicialmente. Se cree autónoma o en control de su vida y tal vez no es tan así.
-¿Te acompañaron autores o libros específicos durante la escritura?
-“El Pasado”, de Alan Pauls, me dejó esa cuestión de cómo la historia va avanzando y de repente llega un punto en el que es necesario volver a un momento anterior o a una historia paralela, como el cuadro que aparece en mi novela, una historia que tiene sentido en sí misma porque presenta un misterio alrededor de un objeto. De la lectura de Pauls tomé el recurso de hacer un salto temporal, explicar una cosa, introducir una historia para seguir adelante. Además, la novela abre con una cita de “Magnetizado”, de Carlos Busqued, otra lectura que me dejó la idea de cómo a veces uno espera salvarse en la vida.
-En la trama aparece poca información, aunque muy relevante, sobre el pasado de las protagonistas, que compartieron una infancia golpeada y situaciones de abandono. Pero este escape, lejos de reconstruir o sanar heridas, va hacia una nueva estructura violenta. ¿Qué pasa en esa operación? ¿No hay salida?
-Las personas tendemos a repetir historias y estructuras. El pasado a veces se repite o se vuelve a cero porque no hubo un trabajo o porque se lo considera correcto, normal. Me interesa pensar todo lo que lleva a que algo suceda, cómo un hecho estuvo predeterminado por otros. Esto es lo que tengo y conozco, como una caja de herramientas que aplico en el presente. Después podemos ver si eso está bien o mal.
-Los personajes literarios suelen ser ambiguos, contradictorios, buenos y malos a la vez. Los de esta novela tienen una inclinación hacia rasgos negativos, hacia lo malo. ¿A qué responde esta decisión?
-Las protagonistas son dos mujeres viejas, pero viejas que roban. Las mujeres mayores muchas veces son bastardeadas. Ellas vienen a sacarle a la sociedad lo que tal vez sienten que no tienen y lo reclaman de la peor manera. Hacen cosas malas. Son malas. Me gusta reivindicar que una mujer pueda ser mala y desobediente.
-¿Pensás que la violencia es una marca de época?
-MVM: A lo largo de la humanidad la violencia siempre es una opción. El tema es si la elegís, cómo reaccionás, o para dónde querés ir. Esta época está marcada por el individualismo. Éric Sadin, en “La era del individuo tirano”, plantea que hay una exacerbación del yo. La visión propia del mundo cobra más valor sobre las otras, que son rechazadas. Eso, combinado con cosas externas que nos afectan, difíciles de manejar, son como una chispa que tiene a la violencia muy a mano. Es muy fácil caer en la violencia.
-¿Cómo es escribir este tipo de ficciones desde una realidad violenta?
-Tal vez uno busca leer otra cosa y no más violencia, pero a mí me gusta analizar por qué sucede la violencia, qué es lo que lleva a que esto suceda, por qué esta persona dice estas cosas. Meterme en algo que me genera rechazo es mi forma de buscarle una explicación. Está bueno abstraerse y leer otra cosa que no sea lo que vemos en la calle, pero también está bien hablar de eso para entender qué nos puede pasar siendo víctima o victimario, y tal vez poder habilitar un debate.