Promediaba el mes de marzo de 1986 cuando recibo la inesperada visita de mi querido compañero de la Primaria, Pablito Resnik, quien me pide que le haga un favor. Podría haberle dicho el viejo chiste de que no tenía un peso, pero en esa época –plena Primavera Alfonsinista- lo que no tenía era un austral. Me explica que su tío Miguel asumía como DT del club Comunicaciones y quería que me sumara a una especie de “barra brava” que estaba armando para apoyar la campaña del “Cartero” de Agronomía en la entonces flamante Primera B Metropolitana.
-Te agradezco que te hayas acordado de mí –le respondí- pero sabés que no doy con el “physique du role” que estarás buscando, que no paso de la categoría de “barra brava de ajedrez”. Te puedo alentar a Karpov o a Kasparov con total naturalidad y gritar “¡Borombombón, borombombón! /¡Dale Anatoly, comé el peón!” sin perder la gracia. Pero nada más.
-Sí, ya sé que sos más bajo que un sueldo docente. Y que, aunque estudies Dirección de Cine, sólo te llamarán para dirigir “cortos”. Y que si fuera por vos pasarías borracho por una comisaría borracho sólo para que te digan “¡Alto!”.
– ¿Vas a seguir?
-No.
-Ah, menos mal, pensé que me ibas a recordar que en séptimo grado me llamaban “Leñador de bonsái. Lo que me extraña es que vos quieras visitar una cancha y asistir a un partido. Tus amigos sabemos que tenés menos fútbol que el Festival de Cosquín.
Después de los habituales chistes “rompehielo” que intercambiábamos en cada charla, Pablito me contó que el principal objetivo de su insólita idea era respaldar de alguna forma la primera experiencia de su querido tío como entrenador. Me pareció un loable gesto. Resolvimos ipso facto armar una especie de casting de aspirantes a barrabravas que debían presentarse en la sede del club con pelo largo y una bolsa de papelitos en la mano.
Lo que sigue son los testimonios de los asistentes al casting y nuestro veredicto, muy al estilo “Got Talent Argentina”:
– “Me llaman Pincho, tengo 25 años y me caracterizo por tener un gran aguante. Me gusta hacer cantitos hirientes con temas de cumbia y acostumbro a arrojar entre 3000 y 5000 papelitos por partido”
– ¡Adentro!
– “Soy el Licenciado Patricio Gómez Ríos, pero en la cancha pueden llamarme El Negro Morcipán. Me caracterizo por decir insultos ingeniosos. Soy el autor de “¡Cada vez que abro el freezer me acuerdo de vos, pecho frío!”, “¡Che, Arquero, ¿qué pasó con tus reflejos, los donaste al Incucai?”, “¿Quién te enseñó a atajar? ¿La estatua del Cristo Redentor? “y “¡Volvé con Shreck, burro!”
– ¡Adentro!
– “Hola, soy socio de Comunicaciones, yo podría sumarme a la hinchada a ver los partidos todo el año menos durante el verano, cuando hay temporada de pileta en el club, salvo que me dejen ir a ver el partido con la malla de baño y con el bronceador puesto. Lo que sí, les aclaro que tampoco puedo asistir cuando tenga que estudiar para la facu y cuando caigan mis primos de Chascomús y tenga que reunirme con ellos y…”
– ¡Adentro!
– “Hola soy Cicatriz. Aguanto los trapos desde que iba a Jardín de Infantes y era el terror de la salita Naranja. Estoy entrenado para arrojar un promedio de 14,5 proyectiles por partido o los que me entren en la campera y la yuta no descubra”
– ¡Afuera! No queremos violentos.
Y así fuimos armando una pintoresca barra más nerd que brava de hinchas demasiado amateurs pero divertidos. Yo mismo me recuerdo ir a la cancha con un libro de cuentos de Cortázar en la mano para leer en el entretiempo. Nos gustó “jugar” a ser una hinchada inventando rimas graciosas y letras de canciones con viejos temas. Habremos sido la única hinchada que le cantó al árbitro: “Referí compadre, tu labor es execrable”. Convertimos en ídolo a un tal “Angarola” sólo porque nos daba gracia el apellido. Y hasta salimos en el diario Crónica intercambiando banderines con la hinchada de Berazategui, todavía conservo el recorte del diario. Y algo memorable que llevo en mi corazón: Mi querida madre Martina, modista por vocación, dedicó varias horas de la noche anterior al primer partido nuestro como barra de Comunicaciones para coser la única bandera (de 10 metros de largo) que lució aquella pintoresca barrita de aficionados hinchas del Cartero en 1986.
Quiero dedicar esta historia basada en hechos reales justamente ella, a mi querida Viejita que nos dejó esta semana, a pocos días del Día de la Madre y de su cumpleaños Nro. 91. Hasta luego, mamá.