Resulta evidente que los comportamientos de muchos políticos son verdaderamente aberrantes y contribuyen al debilitamiento de la democracia como sistema y a la pérdida de credibilidad de los representantes públicos del interés colectivo.
Si los “representantes del pueblo” violentan -¡y de qué modo en tantas ocasiones!- el mandato recibido para defender el bien común, la desconfianza ciudadana se instala y crece la desvalorización de la política como alternativa idónea para regular y articular intereses diversos y para evitar el predominio de algunos sectores sociales sobre otros.
Pero a los “méritos” propios de muchos de esos malos políticos, se suma una vasta y significativa prédica que atravesó la conciencia de gran parte de la población, focalizando la desgracia del país sólo en el accionar de los políticos y liberando de hecho y simétricamente de responsabilidad a otros actores sociales.
De este modo, los empresarios, los banqueros, los organismos internacionales, los medios de comunicación, etc., aparecen casi como impolutos y carentes de todo tipo de responsabilidad en la degradación del funcionamiento general de la sociedad.
La gran proliferación de cuestionamientos, de diatribas, de mofas, hacia la “casta política“, no guarda relación con la insuficiente impugnación hacia otros actores que tienen “méritos” similares.
En muchas oportunidades aparece con absoluta claridad que, detrás de la crítica y de la desvalorización de los políticos y de la política, está el mercado (y los mercaderes) como alternativa supletoria y eventualmente eficiente para conducir los destinos de la Nación.
En ese sentido, la década de los 90 y el más reciente macrismo asociaron -con éxito fatal- la farandulización y degradación de la política con el endiosamiento del mercado como posibilidad redentora de los problemas nacionales. Precisamente, este tipo de política y este tipo de mercado construyeron una alianza efectiva que condujo al país al retroceso más profundo de toda su historia.
En los últimos años se ha profundizado con mayor intensidad la prédica antiestatista, generando la aceptación de ideologías ultraliberales y conservadoras, por parte de vastos sectores de la población, principalmente jóvenes.
Convendrá, entonces, auscultar cuidadosamente qué consecuencias puede tener la sistemática desvalorización de la política y qué tipo de intención subyace y prevalece en las extendidas críticas que identifican a los políticos casi como los únicos responsables de todos los males.
Despotricar, ingenua o interesadamente, sólo contra los políticos y la política (con su consiguiente desgaste), puede abrir el camino, nuevamente, a desgraciadas experiencias guiadas por los sectores de mayor concentración y poder económico e instrumentadas por actores autoritarios.
La revalorización de la política (también por los políticos), en el sentido de profundo servicio y representación cabal de los intereses del conjunto de la población, resulta imprescindible para garantizar el resurgimiento del país. De la crisis se podrá salir con más política y no con menos.
* Norberto Alayón es profesor titular consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).