En los últimos años hubo varias señales de que la preocupación por los peligros globales, que van desde el cambio climático hasta la guerra en Ucrania, dejaron al resto del mundo cada vez más atemorizada por los informes regulares sobre el conflicto entre Israel y los palestinos.
Pero sería un gran error pensar que los acontecimientos precipitados desde Gaza en las primeras horas de la mañana del sábado son simplemente “más de lo mismo”. Si bien la cifra estimada de 3.200 ataques con cohetes desde la Franja en unas pocas horas es alta, hubo muchos ataques de este tipo en el pasado.
La inesperada infiltración a gran escala de las milicias armadas de Hamas y la Yihad Islámica en el corazón de las comunidades del sur de Israel matando, hiriendo y secuestrando a civiles y soldados israelíes es un fenómeno profundamente siniestro. De hecho se desconoce algo así desde mucho antes de la segunda intifada de 2000 a 2004, o durante las cuatro guerras letales en Gaza sólo en este siglo.
Muchos detalles de los acontecimientos que se desarrollaron aún no están claros. Sin duda con el tiempo habrá una investigación interna en Israel sobre cómo su sumamente sofisticado servicio de inteligencia no pudo detectar la operación que se realizaba el último día de la festividad judía de Sucot.
O cómo su ejército no pudo impedir que las milicias aparentemente dirigidas por Mohammed Deif, el líder del brazo militar de Hamas gravemente herido por los israelíes en un intento de asesinato en 2006, salieran del enclave costero y sumamente fortificado en el que unos dos millones de palestinos se encuentran bloqueados.
Pero eso servirá de poco para responder a la pregunta de qué cree Hamás, como facción dominante dentro de Gaza, que conseguirá con esta cacería sin precedentes.
Por supuesto es muy fácil enumerar las quejas genuinas y cotidianas de los palestinos a las que Hamas puede asegurar que está respondiendo. Los reclamos incluyen el largo asedio a Gaza, que prácticamente demolió su economía interna, el reciente bloqueo en respuesta a las manifestaciones a lo largo de la barrera fronteriza, o el permiso para salir a trabajar a Israel a hasta 20 mil personas por día.
Se suma también el grave aumento de la violencia en la Cisjordania ocupada (en ambos lados, pero seriamente alimentada por una creciente agresividad a menudo con la aceptación tácita del Ejército israelí) contra sus vecinos palestinos por parte de los residentes colonos de asentamientos considerados ilegales por la mayoría de los gobiernos occidentales bajo la ley internacional.
Y también está el reclamo que más reivindicaron los líderes de Hamas este fin de semana: la “profanación” de la mezquita de Al-Aqsa de Jerusalén por parte de colonos israelíes de extrema derecha que eligieron orar en sus alrededores. Los palestinos ven esto como una violación del status quo delicadamente mantienen alrededor del recinto de la mezquita, que los árabes conocen como Haram al-Sharif y los judíos como el Monte del Templo.
Quizás Hamas se sintió incitado por lo que dijo la facción de la Yihad Islámica respaldada por Irán (y algunos de sus propios militantes) sobre su aparente inacción ante estas condiciones que empeoran rápidamente para los palestinos. Pero nada de eso explica completamente, ni justifica a los ojos de muchos de los amigos y enemigos de los palestinos, la escalada de su modus operandi hasta el ataque terrestre contra las comunidades del sur de Israel que empezó este sábado.
La guerra ahora declarada por Netanyahu pondrá en riesgo (y de hecho ya lo está haciendo) las vidas de un número indeterminado de civiles palestinos en Gaza, incluso con una invasión terrestre de la Franja, a la que Israel se ha opuesto desde 2014, no necesariamente descartada. Un chofer en Gaza al que conozco desde hace 20 años me llamó por teléfono y me dijo: “Todo el mundo tiene miedo en Gaza. Nadie sabe lo que va a pasar”.
Puede ser que Hamas haya llegado a la conclusión de que, con Israel desgarrado por las discusiones internas sobre los esfuerzos del gobierno más derechista de su historia para neutralizar a la Corte Suprema, el país se debilitó hasta un punto tal que le daba la oportunidad de atacar. Y ciertamente parte de las fallas de inteligencia que se están observando pueden deberse a las distracciones internas del país.
El problema con ese argumento, sin embargo, es que los políticos ultranacionalistas de extrema derecha que están dentro de la coalición de Netanyahu están entre los que exigirán las medidas más extremas contra Gaza. Más aún, cuando se cancelaron las manifestaciones del sábado contra la reforma de la Corte Suprema, los reservistas del Ejército que habían suspendido sus servicios en señal de protesta empezaron a retomar sus tareas en una demostración de unidad nacional.
También puede suceder que los cientos de rehenes israelíes que, según se informa, las facciones armadas mantienen dentro de Gaza (como una mujer asustada que se pudo ver en un video no autenticado siendo arrastrada por la guardia armada en una calle de Gaza), puedan disuadir a Israel de un ataque a gran escala. Por ahora parece una propuesta que dista mucho de ser rentable.
El ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, dijo el sábado que Hamas había cometido un “gran error”. Esto suena a una retórica israelí rutinaria y familiar para muchos otros conflictos con Gaza. Los acontecimientos de los próximos días, incluso horas, son casi imposibles de predecir. Pero sería precipitado suponer que esta vez Gallant se equivoca.
Donald Macintyre es el autor de Gaza: Preparándose para el amanecer.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.