Foto Maximiliano Luna
Foto: Maximiliano Luna

Con la idea de contar la movida de las kiki balls desde adentro, está en pleno rodaje un documental que sigue a tres voguers que participan activamente de esa cultura que es tendencia dentro de la comunidad LGBTIQ+ para retratar sin una mirada trágica ni victimizante la dicotomía de la celebración de la diferencia y también para recuperar, según uno de sus directores, la ancestralidad de los pueblos originarios.

“Nuestros territorios son territorios colonizados y hay mucha descendencia de los pueblos originarios, que eran, muchas veces y si se quiere, pueblos no binarios. Lo que pasa con la movida de las kiki ball es que se está recuperando eso. Nos estamos apropiando de esa ancestralidad”, dice en entrevista con Télam Jose Matamala, uno de los integrantes de Queerubin Films, productora audiovisual independiente que trabaja desde 2021 y está integrada por personas LGBTIQ+.

Aún sin título, el proyecto surgió cuando Malatesta y Jojo, que forma parte de la escena ballroom, se dieron cuenta de que “la gente del palo del cine o del documental iban a querer hacer algo pero con una mirada desde afuera. Entonces decidimos hacerlo nosotres porque si no, iba a venir otra persona a decir cualquier cosa”.

En todo ball y en toda kiki ball hay una pasarela para recorrer a la manera de un desfile de moda y un jurado que evalúa a los participantes, que deben estar vestidos de acuerdo al tema elegido y cumplir con los requisitos de las categorías bailadas y no bailadas que se hayan establecido.

El concurso arranca como un campeonato: los participantes compiten voluntariamente y van siendo eliminados hasta consagrar al ganador de cada categoría. Para pasar de fase hay que recibir de modo unánime un puntaje de 10 unánime por parte del jurado, mientras que con un solo voto en contra la eliminación en esa categoría es directa, aunque se puede participar en otra.

Foto Maximiliano Luna
Foto: Maximiliano Luna

Siempre de forma subterránea, el ball tuvo sus inicios en el siglo XIX, un auge en el Harlem de 1920 pero fue en 1960 donde comenzó con la estructura aún vigente. En los 90, Madonna popularizó la cultura del voguin con el tema “Vogue”, que en ese momento solo se conocía en balls afroamericanos y latinos de Harlem. En Argentina, este movimiento comenzó en 2016, principalmente en fiestas gay de la ciudad de Buenos Aires.

Desde sus inicios, fue, a la vez, un espacio de resistencia y de celebración porque se trata de un punto de encuentro para sexualidades disidentes, marronas y otras identidades que fueron marginadas durante demasiado tiempo.

¿Por qué esta forma de manifestación que parece ajena a Argentina llega a estas tierras más de 40 años después? Malatesta traza una radiografía que podría funcionar como posible respuesta. “El ball es una cultura de las otredades que surgió en Nueva York pero se adapta finalmente a distintos territorios con sus distintas especificidades e implicancias por región. Entonces como esta movida es relativamente nueva acá, nos interesaba ver cómo lo están viendo las personas que están habitando nuestro territorio”, explica el director, que cuenta que el documental se centra en Killa y Molly, dos femme queens, y Andy, que es no binario.

“Como queríamos hablar también desde nuestro territorio, queríamos que sean marronas porque es algo representativo de la escena de acá. Hablar desde las ‘marronitudes’ (sic) de ellas, de sus existencias con sus corporalidades, de disidencias sexogenéricas”, define.

Foto Maximiliano Luna
Foto: Maximiliano Luna

Desde que las conoció, en 2019, a Matamala primero y a Queerbin Films después les llamó la atención “el boom de juntarse a voguear. Primero fue pensar qué era esa fantasía, qué pasaba ahí. Porque cualquiera que va a una kiki queda impactado. Pero a la vez detrás (de la movida) hay personas con una vida con problemas, con dificultades de acceso laboral, con expulsión familiar. Nos interesó esa doble cara de la moneda: cómo una persona puede ser una diosa divina y también tener una vida muy difícil detrás de eso”.

La referencia obligada del proyecto es “Paris is burning”, documental de 1990 dirigido por Jennie Levingston, que ganó premios en Sundance y el festival de Berlín entre otros.

El proyecto nacional se diferencia de aquel porque “si bien es un buen registro no estuvo hecho por alguien de la comunidad. Es indudable el valor que tiene pero luego la directora se desligó de todas las chicas que participaron cuando empezaron a aparecer los premios monetarios”.

En este sentido, Matamala dice que “siempre pensamos que este documental tenía que hacerlo gente de la escena o cercana a la escena. Porque eso implica otro acceso también. Las chicas se sienten mucho más en confianza que somos nosotros quienes nos adentrarnos en sus intimidades, algo que alguien de afuera, por más profesional que sea, no lo va a lograr”.

Financiado por una de las Becas Creación del Fondo Nacional de las Artes, el documental tiene fecha prevista de estreno durante el próximo mes de diciembre.





Fuente Telam