Foto Cris Sille
Foto: Cris Sille.

El fútbol es el único deporte donde se pretende que el equipo que defiende bien esté obligado a dar explicaciones: bajo esa premisa excepcional, pulsa una buena parte del rechazo y del malhumor con que los que no son hinchas de Boca tramitan su paso a la final de la Copa Libertadores de América.

No se trata de hacer causa común con los artículos de primera necesidad que la grey Xeneize acostumbra a poner la sobre la mesa: “Somos el único grande de la Argentina”, “el único que no descendió”, “el más popular”, “el que más se agranda en las difíciles”, “el jugador número 12”, etcétera.

Aun cuando ese rosario de orgullo sea digno de veracidad e incluso inapelablemente cierto, estas líneas toman una distancia deliberada y se abocan a su enunciado específico: el arte de defender.

De octavos de final hasta la noche del jueves en el Allianz Parque convirtió apenas tres goles: Miguel Merentiel y Luis Advíncula frente a Nacional de Montevideo, más el flamante de Cavani

Boca, un Boca apagado en las ligas locales y más motivado y más combativo en la Libertadores, no ha sabido alcanzar altas cumbres futbolísticas, entendidas como la capacidad de destacar en las Cinco P centrales: posición, posesión, progresión, profundidad y poder de fuego.

(En ese sentido, el rival de Boca en la finalísima que tendrá lugar en el Maracaná el 4 de noviembre próximo está un par de escalones por encima: en Fluminense la pelota circula redonda y perfumada en la extensión de los 105 por 70 metros de la cancha).

De octavos de final hasta la noche del jueves en el Allianz Parque convirtió apenas tres goles: Miguel Merentiel y Luis Advíncula en la Bombonera frente a Nacional de Montevideo, más el flamante de Edinson Cavani.

Claro que ese dato duro implica una suerte de contra dato: hizo tres… pero también recibió apenas tres. Si ahí no encontramos una referencia susceptible de ser apreciada y elogiada, ¿pues dónde?

Entre otras cosas, el fútbol es ataque y defensa, soportar los momentos de marea baja, las adversidades, aunar cabeza fría y corazón caliente y, va de suyo, crecer según la entidad del adversario sea más poblada de valores y, por qué no, hasta temible.

¿Qué deducía la comunidad futbolera por enorme mayoría?

Que Palmeiras era el gran candidato a llevarse la Libertadores, que su casa era un reducto inexpugnable, que ir al Allianz suponía agachar la cabeza y disponerse a recibir el peor castigo futbolero.

Foto Cris Sille
Foto: Cris Sille.

Nada de eso pasó el jueves, nada, a despecho de que Boca pudiera ser alcanzado por la vara más agria de sus detractores: que no juega bien ni lindo o, dicho en clave cuasi despectiva, que juega mal y feo.

(Sería parte de otro análisis la curiosa deriva del director técnico Jorge Almirón, cuya cresta de la ola data del 2016 con un Lanús abierto, variado creativo y ganador de tres títulos. Tal parece, a la hora de entrar a las instalaciones de Boca, Almirón rompió los manuales de un referente inferido, como Marcelo Bielsa, y de otro del que es confeso admirador, Ricardo La Volpe).

Pero lo cierto es que resistió los mejores momentos de Palmeiras y eso jugando media hora diez contra once por la expulsión de uno de sus puntales, el veterano defensor Marcos Rojo.

Después, ya es historia, la inconmensurable gravitación del misionero Sergio “Chiquito” Romero, devenido un arquero-Guinness.

Resistió los mejores momentos de Palmeiras y eso jugando media hora diez contra once por la expulsión de uno de sus puntales, el veterano defensor Marcos Rojo

Después, esa instancia ocasional, excepcional, con dramatismo incorporado, la de los penales, que nada tienen de lotería, que nada tienen de azarosa. Hay pericia y hay impericia, ahí. Hay botín de terciopelo o botín mocho. Hay nervios de acero o nervios de cartón. Hay intuición o hay nebulosa.

Para llegar a los penales, sea contra Nacional, sea contra Racing y ni hablar ahora versus Palmeiras, el copero equipo de la Ribera defendió entre bien y muy bien. Por imperio de un colectivo homogéneo, rocoso, y por imperio de nombres propios que dieron la talla. El ya mencionado Rojo, pero también Advíncula, Jorge Figal (toda una revelación), también Nicolás Valentini, hasta el paraguayo Bruno Valdez y el jovencito Ezequiel Fernández en su clave de trajín, corto y pase claro.

¿Y la buena suerte? ¿Qué diremos de la buena suerte de Boca?

Bueno, señores. Admitámoslo, con una mano en el corazón. Una dosis de buena estrella es necesaria en cualquier orden de la vida. Hasta cuando vamos al supermercado y resulta que nos ha tocado la fila más rápida y la cajera más presta.





Fuente Telam