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Martín Ortiz es el director de “Petit Bengala”, obra que retoma la historia de Alfredo Megna allí donde quedó el unipersonal original (“Bengala”), estrenado en 2007 con singular suceso, que ahora reencuentra al viejo boxeador retirado y con secuelas de su carrera cuidando un galpón junto al Riachuelo, donde aún entrena y adonde llega el joven pupilo que lo tiró a la lona y acabó con su carrera, que le pide que lo inserte nuevamente en el negocio.

La obra, que se puede ver los sábados a las 22.15 en la pequeña sala de El Crisol (Malabia 611), vuelve a estar protagonizada por Néstor Navarría como Bengala, ahora acompañado por Francisco González Gil, como el boxeador que lo mandó al hospital, luego se perdió y quiere una revancha para sí mismo.

Para conocer los alcances de esta nueva propuesta, también escrita por Megna, y los elementos del mundo pugilístico que toman la escena, Télam dialogó con Ortiz (“La noche se está muriendo”, “Noches rusas”), que no estuvo a cargo de la primera entrega de la saga pero ya había trabajado con su protagonista.

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– ¿Cómo fue retomar mas de 10 años después la historia de Bengala y plantearle un nuevo desarrollo y desafío?
– Cuando me llamó Alfredo Megna para decirme que había escrito una secuela de la obra y quería que yo la dirija, combinamos rápido para juntarnos a leerla. Recordaba aquella obra vista tantos años atrás y el gran trabajo de Néstor Navarría, con el que ya trabajamos muchas veces, y me entusiasmaba la idea de trabajar sobre ese personaje tantos años después. En mi caso, fue iniciar un proceso desde cero, sin una historia personal con ese material más que la de un espectador agradecido de aquel espectáculo. En todo caso tenía un terreno ganado, si se quiere, porque Bengala ya habitaba en Néstor y él solo tenía que despertar en sí mismo al Bengala que ya habitaba en él y alimentarlo de su mundo personal, que es distinto al de hace 15 años. Creo que el desafío fue también trabajar “Petit Bengala” sin tener como referencia estética “Bengala”, ni la expectativa del suceso de aquel unipersonal. Al fin y al cabo, son dos obras muy distintas, autónomas, que tienen al autor y a un actor en común pero llevada adelante por un equipo artístico distinto.

– ¿Cuáles creés que son los elementos nuevos que la obra introduce en relación con el personaje de Bengala y cómo fue la idea de trabajar con el otro personaje, donde se unen la ilusión que todavía puede conservar por su edad con la necesidad de sobreponerse a una “caída” de la vida?
– Todo sucede unos diez años después del final de Bengala y eso ya es un mundo nuevo en términos de la vida de cualquiera. Gonzalo “el mortero” Giménez, que ahora quiere ser Petit Bengala, estaba en aquel final porque es quien le da la tremenda paliza en la última pelea de Bengala y es, de alguna manera, responsable del camino descendente que lo llevó a este galpón a orillas de un Riachuelo. No es casual que sus apodos de boxeadores sean casi idénticos porque entre ellos hay una especie de relación especular: ambos fueron derrotados y, por sus derrotas, fueron tirados a un costado por el negocio. Petit viene por su última oportunidad de “llegar” y, al buscarlo a Bengala para eso, esa última oportunidad es la de ambos. Se necesitan para poder ganarle esa batalla al negocio del boxeo y al sistema que los excluye.

– ¿Cuáles son para vos las metáforas que encierra el mundo del box en relación con el mundo y la vida y cuáles quisiste poner en juego en “Petit Bengala”?
– El boxeo, el deporte, como única posibilidad de salir de la pobreza y la marginalidad para muchos de aquellos que nacieron en ella y no tienen oportunidades de otra salida. La única llave que tienen a mano es la de un talento particular para ciertos deportes que pueden ser el boxeo o el fútbol pero, de todas maneras, aunque esa posibilidad existe, la realidad es cruel y la gran mayoría de los que intentan ese camino no llegan al destino que soñaron.

– ¿Qué cosas querías conservar de esa puesta de “Bengala” que viste como espectador y en qué nuevas direcciones lanzarte?
– La había visto una o dos veces en su primera temporada y me jugaba a favor no recordar mucho de su puesta más que el minimalismo absoluto de la propuesta de Leonardo Odierna y Armando Saire (directores de “Bengala”). La verdad es que no me propuse preservar o rescatar nada porque esta es una obra totalmente distinta y nueva. Sabía que Néstor ya era Bengala y Francisco Gonzalez Gil tenía que construir su Petit Bengala. El texto de Alfredo Megna tiene una serie de monólogos que son pensamientos de los personajes mientras la acción transcurre. Estos monólogos eran tan desafiantes a la hora de montarlos y conservar el verosímil que creo que fue lo que más me preocupó antes de comenzar los ensayos.

– ¿Podrías contarnos de otros proyectos en que estés trabajando, ya sea que estén en cartel o con idea de estrenar?
– En este momento, además de “Petit Bengala”, tengo otros dos proyectos en cartel: “Noches rusas”, dos comedias inoxidables de Chéjov (“El oso” y “Pedido de mano”) con las que el público se divierte de punta a punta con las actuaciones de Mario Petrosini, Daniela Catz, Fer Cantarella, Mario Mahler, David Paez y Keila Reynoso. Y los sábados a las 20 en El Crisol seguimos con “La noche se está muriendo” sobre un encuentro entre Federico García Lorca y Margarita Xirgu en 1945, 9 años después del asesinato de Federico. Esta obra es de esos lujos que, cada tanto, nos damos en el teatro independiente con más de 60 funciones siempre a sala llena. Fue un trabajo en equipo que escribí, en la que actúan Mario Petrosini y Lorena Szekely y dirigí junto a Jorgelina Herrero Pons. Además estoy por empezar los ensayos de mi obra “Una tempestad” para estrenar en 2024 con un elenco hermoso integrado por Néstor Navarría, Brenda Fábregat, Gustavo Oliver, Guillermo Zeballos, Anabella Valencia, Stefanía Franco Turyk, David Páez y Viole Ortiz Laski, así que me doy el placer de trabajar también con mi hija menor.





Fuente Telam