Por Inés Busquets
Desgloso las palabras de Norman Petrich como si fuera un collar de perlas. Las separo una a una y las observo. Son simétricas, se acoplan, se corresponden. Constituyen un todo inalterable, una ingeniería inapelable donde cada una ocupa el espacio asignado. En la poesía de Norman ninguna palabra es al azar.
Sus libros son puentes seguros para atravesar el río. El Paraná que él mismo cruzó de Entre Ríos a Rosario.
La poesía de Norman es política y no admite eufemismos. Llama a las cosas por su nombre y sin embargo las tiñe de belleza, entonces propone a la crudeza de la realidad un mundo habitable.
Nos lleva por superficies rugosas pero nos acompaña de la mano, nos llama a despertar, nos muestra canciones.
Sus influencias como Roque Dalton, Paco Urondo o Inés Manzano, a quien también dedica la obra, se impone en el yo poético/político el cual convierte en un nosotros. Y en esa preocupación por el otro es intransigente. Yo siento porque otro siente, yo sufro porque otro sufre, yo escribo por los que otros/as no pueden. El sujeto del poema se funde en el otro. La poeta Anahí Mallol, en el ensayo El poema y su doble escribe: “Pero, ¿Quién dice yo en el poema? Esta es una de las preguntas fundamentales que plantea y responde a la vez todo texto poético, es crucial para definir poéticas, opciones estéticas, políticas, históricas”.
“La objetividad / en estos lugares/ es la basura/ de quienes prefieren ver/ a la poesía hecha polvo/ antes que hecha pólvora/ en el ojo de sus pares”, escribe Petrich.
Y en ese desplazamiento no solamente presta su voz sino que se ensambla a las demás voces: “Ellos ya llegan” empieza el poema y luego dice “qué hicimos para saber/ si es/o no /mi rostro el que se asoma”. “donde tropiezo/tratando de recuperar/mi aliento/como si fuera/el de todos”.
“Las líneas del futuro tienen forma de gatillo” es un libro que subscribe a Petrich como parte de una lógica poética y acá un aspecto fundamental y fundacional de su poesía: ¿Desde dónde empuña la palabra? ¿Cuál es la época, la tradición que persigue y el contexto desde dónde escribe? ¿Cuál es ese “rumor ciego” que marca, además, distintos momentos históricos?
Entramos al libro sabiendo que hay dos símbolos fuertes en disputa, un gatillo y el futuro. ¿Cómo imaginamos el futuro? ¿Cómo creemos que va a ser mirándolo y conociendo los ciclos de la historia? Sin embargo, ¿Cómo lo soñamos? ¿Dónde ponemos la fe en eso que está por venir y que es incognoscible? ¿Qué futuro posible trazan las líneas de esas manos que empuñan un gatillo?
Entonces el gatillo de manera profética, en forma de ilustración y de poema nos dice que hay un presente rotundo, pero también una palabra. ¿El gatillo es puro significante o podemos abrirlo a múltiples significados? El autor nos invita al recorrido anticipando una crisis social, ética, política. Pero es inevitable pensar en Urondo que empuña el arma buscando la palabra justa o en Manzano que dice si es puñal que me mate, y en la potencia de la palabra que impacta con la misma fuerza que un gatillo, un arma o un puñal. “En el abismo que empuña la mano se proyecta el hecho literario como la vida misma” escribe Julián Axat en el posfacio.
Las líneas del futuro tienen forma de gatillo” es un libro polifónico donde las voces que dialogan expresan las distintas miradas de la sociedad, con la ciudad de Rosario como escenario. Los personajes Lagarto, el vecino y el poeta/profeta (como dice Axat) que interviene sutilmente sosteniendo una gran red imaginaria y preguntado por el amor, por el rol de los medios de comunicación, por la doctrina de seguridad, por la muerte, por la juventud de hoy y la de ayer, por el panóptico que ya no es una figura invisible.
“Peso diario/abrir los diarios/y buscar allí/un lugar /donde el punto real/pueda coincidir / con el imaginario”.
Un poco profeta, un poco filósofo, peregrina con la palabra como Artaud dándole voz a los suicidados por la sociedad de un sistema que nunca se pregunta por la persona que está detrás del gatillo. “Una doctrina de seguridad/debería ser/lo más parecido a ese arrope/debería empezar/por dar un abrazo”.
Norman Petrich escribe y las líneas que traza nos son simétricas, igual que en las palmas de las manos, son trazos desiguales, con formas, con matices, zigzagueantes, “hay una línea divisoria que cruza/por sobre lo que/escribo”, a veces las palabras descienden con velocidad como las balas, otras en forma de escalera o de pendiente. Norman hace poemas visuales y la mirada acompaña al compás de lo que describe. Las ilustraciones de Leo Olivera complementan las líneas para remitirnos directamente a la idea.
Petrich escribe poesía y también plasma una realidad, deja huella como un testigo social de lo que acontece ante sus ojos: “y escribo para sentir/que me/ aferro a algo” dice y nos deja constancia que el callejón es largo y que este poema no termina.