Aunque habían pasado los años y ya no era un estudiante de ciudad, pensé que lo mejor que podía hacer para disfrutar mi estancia en Portugal era buscar inspiración en esa época. La estrategia era sencilla. Empaqué dos camisetas (blancas y negras, por supuesto), una camisa de manga larga, un par de pantalones anchos, dos chaquetas (una de mezclilla y otra de cuero) y un par de jeans de lavado oscuro. También traje dos blazers para los días más cálidos, así como accesorios que realzarían los atuendos que de otro modo serían aburridos, incluido un lazo de terciopelo para el cabello. En cuanto a los zapatos, mis zapatillas de deporte eran mi opción, y llevaba un par para largos días de caminata en entornos naturales y otro para aventuras en la ciudad.



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